19/03/2024
Interes General

HOY CUMPLE 86 AÑOS CARRANZA LENCERÍA UN HISTÓRICO LOCAL DE LA CIUDAD DE TRES ARROYOS

El negocio familiar comenzó en un local chiquito al que llamaron “EL hogar de las medias”, vendían medias, pañuelos y corbatas. Tras su fundación, en 1936, sus dueños escucharon a la gente decir: “¿Estos piensan vivir vendiendo medias y pañuelos?”, y contra todo pronóstico, aquí está el local, 86 años después, en todo su esplendor, con el hijo, nuera y nieta de sus fundadores al mando.  

Por Marcela Vazquez

El frente de Carranza Lencería, el tradicional local familiar, es todo vidriado y tiene un ploteo de flores rosas, naranjas y amarillas. También se pueden ver grandes gráficas de modelos entre la lencería, medias, mallas, pijamas y camisetas en las vidrieras. Impacta a la vista porque es todo multicolor y está perfectamente ordenado, hasta milimétrico se podría decir. Por momentos, da la sensación de que las modelos saltarán de las vidrieras, sobre todo la de capelina negra que se la va a agarrar para que no se le vuele, y también el musculoso de bóxer negro de la foto que está en el otro sector de la vidriera, el de la ropa masculina, y nos van a invitar a pasar. 

 Apenas se ingresa al local se puede observar la calesita de los pañuelos, uno de los objetos más preciado por Corina, la hija menor de Raúl Carranza, el actual dueño, que, junto con Nora Centeno, su esposa, están al frente del local. Corina hace girar la calesita, y se escucha un pequeño chirrido. Ese objeto pequeño y amado que la acompaña desde chica no pierde protagonismo en ese salón enorme lleno de estanterías con cajitas de lencería, percheros y las vitrinas y cajoneras que conservan de la época de sus abuelos, los fundadores. Son las reliquias que mantienen en el presente los recuerdos de sus orígenes, y para Corina, sobre todo, los de sus 6 o 7 años subida a un banquito junto a su abuela Manuela aprendiendo a doblar y guardar las bombachas en los cajones. La pareja tiene otras dos hijas, la mayor, es Marina, profesora de inglés y maestra de ciegos, que vive en Tres Arroyos y Silvina, la del medio, que trabaja como kinesióloga infantil en el Hospital Gutiérrez y actualmente vive en Buenos Aires.

Es que fueron los papás de Raúl, lo que empezaron con el negocio el 3 de noviembre de 1936. Rogelio Carranza, trabajaba en casa Galli y Manuela García, su esposa, en Gath y Chaves. Rogelio fue despedido de la empresa por la crisis del 30 y surgió la idea de abrir su propio local comercial. Su esposa, una calificada vendedora en el comercio para el que trabajaba decidió renunciar y acompañar a su esposo en ese nuevo emprendimiento al que llamaron “El hogar de las medias”. Vendían medias de hombre, medias de dama, corbatas y los clásicos pañuelos de tela. “Aún los seguimos trabajando”, dice Corina, y agrega: “Somos unos de los pocos locales que los sigue vendiendo en la actualidad”.

Nora recuerda que en los comienzos del negocio familiar las medias de mujer se arreglaban, y que sus suegros brindaban ese servicio. “Es que eran muy caras y se solían correr desde arriba hacia abajo”. Raúl cuenta que el primero corría por cuenta de la casa y los siguientes sí los cobraban. Su madre y su tía las arreglaban con una maquinita eléctrica que las volvían a dejar casi como nuevas. “A veces entraban cien trabajos de ese tipo por día y se pasaban con eso todo el fin de semana”, dice y agrega: “En esa época las mujeres usaban las medias 7/8, que iban desde el pie hasta el muslo. No recuerdo bien como se llamaba el hilado, pero no era lycra, no cedían”. Raúl acota, “Eran de rayón, seda natural, se enganchaban un poquito y se corrían todas. Venían de color tostado, gris y negro, los colores básicos. Las viudas usaban negras, pasado el año ya se ponían grises y a los dos o tres años las torcazas. Luego vinieron las can can, pero después de muchos años, también de un material que no cedía, y las rodillas quedaban enseguida marcadas”, agrega Nora. 

El primer local del Hogar de las medias funcionó en Colón 250, en Tres Arroyos, Raúl nació casi cuatro años después de la fundación, el 26 de junio de 1940. En 1970 se mudaron a Hipólito Yrigoyen 70 de la misma ciudad. Raúl era el mayor de tres hijos, luego seguía Marta y por último Jorge, hoy fallecido. Se llevaban tan solo dos años entre sí. De chicos Raúl era el que siempre estaba más en el negocio, el que siempre estuvo más involucrado. “Mi mamá era muy buena vendedora”, recuerda Raúl. Ella era oriunda de Tres Arroyos y Don Rogelio de Pirovano, un pueblito cercano a Bolívar. Rogelio por motivos laborales, había conseguido trabajo en casa Galli en Tres Arroyos, y por eso se fue a vivir allí. “Mi papá era muy joven cuando empezó a trabajar en Galli, vivía en el local y dormía arriba de los mostradores. No sé cómo conoció a mi mamá, o no lo recuerdo, pero lo cierto es que algún día se habrán cruzado por Tres Arroyos y allí habrá empezado su historia. Se casaron grandes para lo que era la época, “veintilargos” tenían”.

Raúl empezó a ir al negocio cuando tenía 5, 6 años, no se quería quedar en su casa con sus hermanos. “Ellos se quedaban con la señora que nos cuidaba, yo quería estar en el local con mis padres”. La casa familiar estaba a cuatro cuadras del local en ese entonces, en Alsina al 200. “Yo me acostumbré, me gustó y a la salida del colegio empecé a ir seguido al negocio. Unos años después empecé a barrer, a limpiar los vidrios y a hacer los mandados. Con el tiempo me encargué de ir a cobrar las cuentas a domicilio ya que los clientes sacaban a crédito, se les anotaba en una fichita y pagaban los primeros días del mes. Teníamos mucha clientela así”.

Corina a la izquierda, junto a sus padres y empleadas

Nora recuerda que su suegra, Manuela, no estaba muy convencida de agregar lencería, pero se transformó en una necesidad porque había mucha demanda, así que había que expandirse y agregar nuevas prendas al tradicional stock. Las compras se hacían a las fábricas de Buenos Aires, muchas de ellas ya no existen, como por ejemplo la de medias París. Llegaban los viajantes en tren con grandes valijas “a la rastra”, recuerda Raúl, con todos los muestrarios. Luego la mercadería se la enviaban en tren o por correo, en encomienda. Con el tiempo esos medios fueron suplantados por los camiones.

Nora junto a sus empleadas

“Mis hermanos nunca estuvieron en el negocio, ellos se fueron a estudiar. Hicieron la secundaria y luego siguieron sus carreras”, dice Raúl. Su hermana se recibió de asistente social y su hermano de contador. Raúl fue el continuador del negocio familiar, “y ahora vienen las hijas y las nietas a ayudar”, dice. El negocio también cuenta con varias empleadas. Corina, la hija menor, trabaja para una empresa de telefónica por la mañana y a la tarde va al negocio, al que dice sentir que lo envuelve un olor especial, como un abrazo de su abuela. Luego de vivir muchos años en Buenos Aires por motivo de estudios y personales, decidió volver a su ciudad natal para estar al lado de sus padres. “Yo siempre tuve la idea de volver”. Recuerda que cuando era pequeña su mamá la llevaba los sábados. Sus abuelos estuvieron al mando hasta que fallecieron, Rogelio en 1978 y Manuela en 1995. En el año 1971 habían trasladado el negocio donde funciona actualmente, en Colón 148, donde antes funcionaba el bar Tortoni. Manuela, a pesar de sus problemas en las rodillas, siempre estaba al pie del cañón, y así fue hasta sus últimos días. Ese año el local tomó el nombre actual, “Carranza Lencería”.

“Yo retomé después de 20 años y hay cosas que voy aprendiendo, al mismo tiempo que fui armando otro sistema de facturación, a manejar con otras chicas las redes sociales, hacer sorteos, encargar ploteos para las vidrieras, sobre todo en días especiales”. Las vidrieras las arma Adrián que viene desde Mar del Plata, el hijo de quien fue su vidriero de toda la vida. Venía con su papá desde chiquito. Las marcas también tienen su vidrierista, pero él es su vidriero personal.

Ahora los pedidos se hacen por mail o WhatsApp, pero también continúan viniendo los viajantes, entre ellos los que traen las muestras de las mallas sobre todo ahora que se viene la temporada.

Sobre el escritorio de la oficina, cubiertas por un vidrio, hay fotos familiares y de amigos. Algunos de ellos ya no están. Colgada sobre la pared hay una foto en blanco y negro del casamiento de Manuela y Rogelio, observando quizás a su hijo y a su nieta haciendo honor al ejemplo que les dejaron: el esfuerzo y amor con el que llevan adelante su negocio familiar, cada día, cada vez que se abre la persiana del local Carranza Lencería, y hoy una vez más, como hace 86 años.

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